miércoles, 31 de diciembre de 2008
Capítulo 44 “Adiós mi nueva Zelanda querida”
En los 43 capítulos anteriores me despedí de mi familia y de mis amigos en Argentina y volamos con Juan Acutain a Nueva Zelanda. Nos instalamos en Christchurch y trabajamos en una montaña de papas, donde conocimos a Stephane, María y varios amigos más. Luego nos tomamos unas pequeñas vacaciones de 10 días y recorrimos varias ciudades en Amazing (nuestra camioneta) con la loca compañía de las Gallegas, hasta llegar a Tauranga, donde trabajamos cosechando kiwis. Ya en quiebra (a solo un mes de viaje) me separé de Juan y fui a Wellington a participar en un torneo de sumo. Luego, con Stephane, en busca de techo y comida (y ya habiendo fallado nuestro intento de ingresar al ejército) caímos en una granja hippie y biodinámica donde ayudamos y convivimos con Corky y un perro tuerto. Tiempo después, gracias a nuestro amigo malayo Siva, viajamos a Blenheim, donde comenzamos con nuestra vida de podadores. Al principio tratamos de trabajar bien y ganar mucha plata y no resultó. Luego tratamos de exigir nuestros derechos y los beneficios del sistema, y tampoco resultó. Finalmente, después de haber sido monumentalmente traicionados y estafados por Siva, conseguimos otro trabajo en Kaituna Valley, podando duraznos, sin embargo, desafortunadamente llovió un mes seguido sin parar y no pudimos ganar plata. De todas formas, después de mucho buscar, nos llamaron de una Dairy Farm, en Invercargil, donde ordeñamos vacas y pudimos escapar de nuestra indigencia.
Tres meses después, era 1 de noviembre y teníamos salud, amistad, dinero y estábamos llenos de energía y expectativa.
Era el último día de trabajo y cada cosa que hacíamos lo anunciábamos solemnemente de la siguiente manera:
“Esta es la última vez que no levantamos a las 4”
“Esta es la última vez que les doy leche a los terneros”
“Esta es la última ve que alimento a los chanchos.”
Después de 3 meses, es decir más de 1000 horas de trabajo, no es raro que uno se encariñe con ciertas cosas o aspectos del trabajo, y más aun con algunos animales.
Recuerdo que una vez recolecté en el medio de un potrero a un ternero recién nacido que estaba muy débil y tembloroso. No podía caminar ni ponerse de pie. De todas formas lo metí en el trailler y lo llevé al galpón de los terneros. Parecía Bambi, era marroncito y muy flaquito. Como se le veían las costillas lo bauticé Bruno. Cuando me lo crucé al Tony le informé sobre el estado del animal.
- Sacalo del trailler y dejalo afuera del galpón. No lo pongas con los otros animales. Yo esta tarde me deshago de él.
Con “deshacerse” se refería a pegarle un martillazo en la cabeza y tirarlo en un pozo con todos los otros animales muertos. Ya sé que parece una crueldad pero las vacas en el campo nos son mascotas, son herramientas o máquinas que solo sirven para dar ganancia económica. Si no funcionan bien, no sirven, y hay que descartarse de ellos como cualquier impresora Epson Stylus Color II después de un año de uso.
Entonces tomé a Bruno de las patas y lo arrastré hasta dejarlo tirado en el medio del cemento, fuera del galpón. Si bien no se movía, el ternerito movía los ojos bien abiertos y parpadeaba asustado. Había llegado al mundo solo unas horas atrás y la bienvenida no era la más cálida que digamos.
Me arrodillé a su lado y lo empecé a acariciar.
“Un ser vivo que solo en unas horas va a dejar de vivir, y nadie lo recordará porque incluso nadie sabe que existió, excepto yo.”
Me agaché un poco más y lo abracé.
“Adiós Bruno, tal vez en otras circunstancias hubieras sido mi mascota, o mi amigo. Pero lamentablemente hoy vas a morir y no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo.”
En realidad, siempre se puede hacer algo. Podría robarme un cuatriciclo y un trailler y llevármelo a Argentina... sin embargo sabía que ya estaba delirando, y la escena me estaba afectando, por lo que me levanté rápidamente y continúe con mi trabajo.
Luego ese mismo día almorzamos con Abdi y Stephane, y después de un mini descanso, volvimos al trabajo para realizar el segundo ordeño.
Cuando pasamos con el cuatriciclo, cerca del galpón, vi que Bruno estaba de pie y hacía un esfuerzo para caminar (ahora más que nunca se parecía a Bambi.)
- It’s alive!! Bruno está caminando! – le grité a Stephane, sin que este entendiera.
Solo unas horas más tardes, mientras ordeñaba y recibía mierda en la cabeza, Tony se me acercó
- Al final el ternero no está tan débil. Por esta noche metelo en el galpón y mañana vemos que hacemos.
Aquella tarde, cerca del atardecer, una vez que habíamos manguerado y limpiado toda la sala de ordeño, le hice upa a Bruno y lo metí con los otros animales.
Después de todo Bruno había logrado sobrevivir.
Al siguiente, como todos los días, mi tarea consistía en alimentar a los terneros, y Bruno entre ellos (que en realidad resultó ser Bruna).
No les voy a mentir. Siempre a Bruna le di más leche que al resto y una doble ración de alimento balanceado. Con el tiempo la ternera creció más grande y fuerte que el resto y corría como loca y jodía al resto. Cada día, cada vez que entraba al galpón, lo primero que hacía era buscar a Bruna con la mirada y chequear que estuviera bien. Y seguramente esto solo sea pura impresión mía, pero me parecía que ella me reconocía y saltaba y corría mas excitada y alegre cuando me veía.
Es por eso, que el último día de trabajo fue de despedidas y muy emotivo. Me tuve que despedir no solo de Bruna, sino de varias pequeñas cosas que ya eran parte de mí.
Si bien fue un día como todos, no fue un día más.
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Una de las ciudades más turísticas de Nueva Zelanda es Queenstown, que viene a ser algo así como Bariloche en Argentina. Como estábamos solo a 200 km teníamos ganas de visitarlo.
Abdi, en un acto de infinita generosidad, nos prestó a KIT durante 4 días! Grande negro! Y de esa manera nos mandamos para esta ciudad.
Allí, paseamos por las calles, comimos en Burguer King (después de mucho tiempo sin la divina comida chatarra) y fuimos a un hostel. En nuestra habitación había un francés, de quien lamentablemente no me acuerdo el nombre. Empezamos a charlar con él la conversación estándar de mochileros en Nueva Zelanda. Cuándo llegaste? Cuándo te vas? Qué lugares has visitado? De qué has trabajado? Y de repente, ni él ni nosotros lo podíamos creer...
Este francés había llegado al país en marzo (al igual que Juan y yo), había laburado dos meses en Tauranga (la Ciudad de los Kiwis) y en junio había emigrado a Blenheim (la ciudad de los viñedos) donde había podado durante 3 meses. Y vivía en nuestra misma calle a solo 40 metros de distancia de la Casa de Kumar! Como si fuera poco se había enterado de todos los quilombos de las demandas de salario mínimo que parece ser que siguieron después de nuestra partida. De todas formas él no había tenido problema ya que en 3 meses se había hecho experto y ganaba más de 120 dólares por día. Y aquí viene lo más increíble, porque este francés, una vez terminada la temporada de uvas, consiguió un trabajo en Kaituna Valley en al misma empresa que nosotros y encima vivió en la Boyzhouse con Tonga y Nadine! Y encima los chicos le habían comentado de nosotros!
Esto pasa cuando se vive en un país con tan pocos habitantes.
Después de podar dos meses en Kaituna Valley se había venido a Queenstown a trabajar como mozo en un restaurant francés. El muchacho este era profesor de gimnasia y era divertidísimo. Fuimos a bailar todos juntos, hicimos un par de salidas, trekking y un par de cosas aburridas más.
Tras pasar nuestros 4 días en Queenstown nos despedimos del francés y nos volvimos a Invercargill.
Cuando llegamos fuimos todos a comer a lo del Beto Tony. Tracy había preparado la torta nacional de Nueva Zelanda, llamada Pavlova. Un postre muy rico si bien me extrañó que no llevara kiwis.
Al final del festín nos hicieron unos regalos, unos calendarios y unos diccionarios de Slang Kiwi, con dedicatoria y unas fotos de ellos muy tiernas.
Nos abrazamos, nos despedimos y Tony nos llevó al aeropuerto donde nos tomamos un avión a Wellington. Para que a Wellington? Se preguntaran uds. Nada menos que para cumplir una promesa y para efectuar un operativo de rescate. Cuando el avión aterrizó, hicimos un par de llamadas telefónicas, nos tomamos un tren y en la correspondiente estación descendimos. Y en el andén nos encontramos con...Bruce, Pam, Corky y nuestro querido perro tuerto!
Habían pasado más de cinco meses desde nuestra visita, igualmente no habían cambiado nada. Corky seguía igual de Corky, el perro tuerto, igual de tuerto y hasta creo que Bruce estaba vestido con la misma camisa roja a cuadritos que el día que lo conocí.
Después de muchos saludos y abrazos nos subimos a la camioneta y encaramos para la encantadora granja biodinámica donde volvimos a trabajar unos 5 días, de esa manera cumplimos nuestra promesa que habíamos hecho cuando nos fuimos la última vez y de paso yo rescataba mi preciosa computadora rota. (o mejor dicho al revés: recuperaba mi compu y de paso cumplía la promesa!)
Después de haber trabajado en la Dairy Farm, las actividades en la granja biodinámica nos parecían un chiste. Una tarde el laburo consistió en mover unas piedras, que no eran más que 20. Una mañana tuvimos que construir unas jaulas para pollitos usando unas rejas de horno, y el último día limpiar unos huevos orgánicos y meterlos en unas cajitas para que luego Pam los vendiera en el mercado.
- Y pensar que estudié 5 años economía en la Universidad de la Sorbone para terminar haciendo esto. – decía Stephane mientras limpiaba un huevo con un cepillo de dientes viejo.
Esa semana nos vacunamos contra todo (requisito para viajar a Asia). Nos dimos vacunación contra Tifoideas, Hepatitis, Meningitis, el Michelangelo, el virus Zombi, Fiebre Amarilla, Peste Negra, Marea Roja, Onda Verde y Amar Azul.
Hubiese sido una justa ironía si apenas salíamos del centro de vacunación nos pisaba un camión.
Cuando llegó el momento de partir decidí hacerle un regalo a Corky y le dejé mis botines de futbol.
- Ahora no te van, pero en algunos años los vas a poder usar y ser el nuevo Messi de Nueva Zelanda.
Igual no se que tan cierta era ese premisa, no tanto porque desconfiara en el potencial de Corky como centro delantero sino porque ya era medio petizo para su edad y los botines eran 45. Me parece que no los va a poder usar nunca.
De todas formas estaba chocho con el regalo.
Hicimos nuestras valijas, nos despedimos y fuimos al aeropuerto para tomarnos otro avión a Auckland, la ciudad más grande e importante de Nueva Zelanda, la cual todavía no habíamos conocido.
Quizás fue porque ya teníamos la cabeza puesta en Asia, pero la cuestión fue que Auckland no nos gustó mucho. Es solo una ciudad grande. Eso sí, hay más chinos que neozelandeses. Eso fue bueno para nosotros porque fue como proceso de adaptación a Asia.
Stephane se compró una cámara buenísima para el viaje, con un zoom enorme y todo. A partir de aquel entonces cada vez que nos cruzábamos con turistas, de reojo, si bien no muy disimuladamente, les miraba la cámara obsesionado por ver quien tenia el zoom más grande.
Al final de la estadía en NZ ambos teníamos en nuestras cuentas 3500 dólares neozelandeses. No era una barbaridad pero habíamos leído que con 1000 por mes se puede vivir bien en Asia.
Finalmente llegó el momento tan esperado y fuimos al aeropuerto de Auckland a tomarnos nuestro avión a Bangkok, la capital de Tailandia, y hasta diría la capital del Sudeste Asiático.
Y como cada vez que me subía a un avión, en el despegue, con la ñata contra el vidrio, incluso babeando la ventanilla por la emoción. El avión comenzó volar y el país a alejarse. De a poco sus granjas y cosechas perfectamente cuadriculadas y prolijas se fueron convirtiendo en una simpática maqueta de distintos verdes. No he conocido lugar más limpio y ordenado. Su gente es impecable, son respetuosos y educados pero al mismo tiempo no dejan de ser cálidos. Una rara combinación.
Grandma, Los Patterson y su encantadora granja hippie, Bobbie, Tony y toda su familia. Me llevo el mejor recuerdo de todos y cada uno de ellos.
Nueva Zelanda, con sus praderas verdísimas, sus montañas nevadas, sus lagos fríos, su lluvia de invierno y su sol tan conocido por todos, es sin duda un país hermoso y ahí me di cuenta que, después de Argentina, era el país que mas conocía y que más quería, algo así como mi segunda hogar. Es bueno saber que si algún día cometo un gran delito en Argentina, existe un buen lugar al cual escapar y en el cual podría perfectamente vivir.
Mientras seguía mirando por la ventana, Nueva Zelanda se iba quedando atrás, hasta perderse y fundirse muy lentamente en el blanco de las nubes.
- Adiós, mi Nueva Zelanda querida. – dije en voz baja y en español y miré hacia adelante y me senté bien. Todavía no volvía a casa, todavía había un destino más.
Asia.
Un continente que contrastaba totalmente con Oceanía. Un continente pobre, más sucio, más desordenado, con más colores, con más olores, más sensual y, definitivamente, muchísimo más loco.
..............................FIN DE LA SEXTA PARTE.......................
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5 comentarios:
felicitaciones
¡¡¡Feliz Año Nuevo!!!
Happy New Year!!!
Bonne Année !!!
Matías
Esto me hace acordar al libro del Señor de los anillos. Es como cuando la historia oficial termina, pero igual quedan algunos capitulos.
Bueh, es raro esto de sentir q uno se está despidiendo de la aventura, pero aún así queda un epílogo largo.
Porque es largo, ¿No, Federico?
LARGO!
Sniffff....
sigo con los saludos:
Anonymous: gracias
matias: gracias, pibe!!!
thank you, mate!!!!
merci, pebette!!
Abrazo grande!
HAS: uh, espero que no sea asi. EL final del senior de los anillos me parecio aburridisimo. Talvez al final del blog, me encuentre con un barco con Siva, Ben, Maria, Grandma, Las gallegas, Joe Kiwi y todos los personajes que conoci, y nos vayamos todos juntos a Santa Teresita (que me contaron que en la segunda quincena de Febrero explota!)
Igual ahora que lo decis, seguro que escribo un epilogo, solo por el hecho usar la palabra epilogo.
abrazo!!
fizu
Curiosamente, el epilogo del Sr De los anillos fue lo que más me gustó del sr de los anillos. :D
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