jueves, 19 de mayo de 2011

Capítulo 8 "Sobre palomos de colores que inflan la pechuga"


Estábamos en nuestra segunda semana en Nueva Zelanda. Era sábado, segundo sábado y como había dicho antes, era el día más esperado en las cabañas. Volvimos de trabajar y empezó la previa donde todos se distendían y tomaban alcohol.
Es increíble la cantidad de escabio que consumen todos los británicos, kiwis (neocelandeses), australianos y alemanes. Por ejemplo el “Onion Crew” se pasaba todas las noches sentado en el sillón tomando cerveza hasta que se quedaban comatosamente dormidos. Muchas veces nos levantábamos con Juan y Ben a las 6 de la mañana y seguían allí tirados en el sillón del salón.
Cuestión que todos chuparon un montón, otra vez yo tenía que hacer de conductor asignado y otra vez descontrolamos todo en el boliche. La única diferencia es que esta vez el Onion Crew se fue a otro pub.
Bailamos con Juan, Ben, Antoine, Stephane, María y otras chicas. En un momento de la noche una de las chicas se me acercó para hacerme gancho con María y yo no entendía nada. La última vez que había intentado algo la alemana me había saltado con el tema de su novio. Talvez ahora le había cortado por mail. Quién sabe.
También existía la posibilidad que no le haya cortado y me puse un segundo en el lugar del pobre novio alemán, sintiendo una especie de conciencia gremial, por lo cual no le di mucha bola a María y finalmente con Juan terminamos encarando unas japonesas que eran terriblemente tímidas y no nos dieron bola.
Al igual que el sábado anterior, a las tres en punto de la mañana, se cortó la música, soltaron a los tiburones y nos fuimos corriendo a la camioneta como en el final de Los Bañeros más Locos del mundo 2.
Ahora en el coche éramos como nueve, por eso en el asiento de adelante se tuvo que sentar María a mi lado. Mientras manejaba de vuelta a las cabañas, la alemana pelirroja apoyó su cabeza en mi hombro con ternura. Traicionando al gremio debo confesar que en aquel momento el novio me importaba poco.

Después de una hora de estar enamorándome de María, llegamos a las cabañas y como todavía teníamos un resto de energía fuimos todos al salón compartido. El Onion Crew  ya estaba allí desde antes tomando unas cervezas.
Entramos y al cabo de un rato María se puso a tomar con los ingleses mientras que los franceses, Juan y yo jugábamos al pool. En un momento noté que la alemana les estaba coqueteando de la peor manera.
Terminamos el partido, que resultó algo aburrido, y Juan y los otros estaban cansados y ya tenían ganas de cortar la noche.
- Nos vamos a dormir? – me preguntó Juan. Antes de responder miré de reojo a María y vi que estaba rodeada de ingleses que le hacían chistes. María, que estaba un poco borracha, se reía a carcajadas y Andrew, que también me miraba de reojo, sonreía y disfrutaba el momento.
Qué debía hacer yo?
Elevar mi cosmoenergía al máximo como un caballero del zoodíaco y luchar por mi causa, mi honor y su amor?
O ser como un arroyo budista y fluir en paz y armonía?
Súbitamente recordé las palabras de unos de los paseadores de Bruno, mi perro.

“ Nunca tiene sentido pelear con otro hombre por una mina. Si se da la situación en la que dos hombres tienen que pelear por una mujer, ésta tuvo que ser cómplice consciente de aquella situación, y por una mujer así, no vale la pena pelear.”

- Sabias palabras… especialmente para el que está perdiendo – pensé.
- Vamos a dormir – le respondí a Juan. Me la lavé los dientes y me fui a dormir.

Al otro día era domingo y habíamos arreglado para jugar un partido de fútbol muy prometedor. Todos los ingleses contra los franceses, Juan, Ben y yo.
Teníamos que ganar … teníamos que hacerlo por nuestro honor, por nuestro pueblo, por todo aquello en lo que creemos.
Porque nos podrán quitar a nuestras mujeres, nuestros hogares, nuestros sueños, pero nunca podrán quitarnos la pelota.

 

1 comentario:

Guillermo Watson dijo...

"ser como un río budista y fluir en paz y armonía..."

Sos un genio Fizu, posta.

Te llegan mis mails o me engañas cual maquinita de bondi?