Era un tarde muy feliz, en parte por el buen clima y el calor, en parte por haber renunciado y en parte por los preparativos del campamento. Pedimos prestada la camioneta del Gordo Greg, aquella que habíamos usado para trabajar todo aquél tiempo y con la que nos habíamos encariñado tanto.
Después del campamento nos íbamos directo a Christchurch a comprar nuestro nuevo auto, por esa razón armamos las valijas y tiramos todo en el baúl.
Procedimos a despedirnos de toda la gente de las cabañas y entre ellos, nuestros eternos rivales ingleses. Aquí sucedió algo muy extraño. Toda la mala onda y la competencia desleal que nos caracterizó por un mes desapareció por completo, y de repente éramos como muchos amigos en el tercer tiempo de un partido de rugby. Es decir, que nos entristeció un poco, tanto a ellos como a nosotros, el hecho de despedirnos. Nos dimos un abrazo con cada uno, e increíblemente, el abrazo más afectuoso y sincero que me di, no fue ni más ni menos que con Andrew.
Tomamos un mapa, nos subimos a la camioneta y encaramos para la montaña. María y Sara iban en su auto.
Tras una hora de manejar encontramos el lugar perfecto para acampar. Armamos tres carpas, un lindo fuego, cantamos canciones de Sui Generis y se vino la noche.
Cocinamos unas salchichitas, comimos manices y en un determinado momento las chicas se miran, van al auto y traen dos cajones de cerveza y alcohol de todo tipo.
Todos empiezan a tomar. A mi me dan algunas cosas pero era todo muy feo y apenas lo podía tragar. Las alemanas insistían para que bebiéramos.
Al rato empiezan los típicos juegos nabos de "verdad, consecuencia", " de quién gustás?" bla bla bla.
Pasaron las horas y Juan se pasó de rosca con el ron y se quedó dormido. Tiempo más tarde, en el momento que se acabaron los juegos Sara dijo
- Yo creo que ahora tenemos que tener sexo. Es decir una orgía.
Todos se miraron dudando. Sin duda las dos chicas parecían mas valientes que nosotros. De todas formas yo no me quise quedar atrás. Me hice el experimentado y dije
- Sí. Por qué no?
- Pero cómo hacemos? – preguntó tímidamente el pequeño Antoine.
- Es muy fácil - dije yo muy seguro - esto en Argentina es muy común. Nos metemos todos en la carpa, nos desnudamos, todos con todos, sal pimienta y ya está.
- Trajeron preservativos? – preguntó Sara. Antoine, Stephane y yo nos miramos confirmando que a ninguno se le había ocurrido traer.
- No importa - dijo rápidamente Sara - yo tengo cinco - mientras sacaba un paquete del bolsillo.
- Ah, esto es en serio - pensé. Todo sucedió muy rápido y en forma confusa. Nadie sabía si estábamos todos bromeando o no. Yo le hice upa a Antoine y en chiste lo tiré dentro de la carpa, que era solo para dos personas!
Sara saltó dentro de la misma como una chancha a un balde de trufas. Antoine, ante mi total desagrado, se desnudó y se empezó a revolcar con Sara.
Acto seguido Stephane se metió en la carpa y gritó susurrando
- Arreté! Antuán! Arreté! - y empezó todo alarmado a hablar en francés diciendo algo así como "no lo hagas sin preservativo" a lo que Antoine respondió también en francés algo así como "No me rompas las bolas, que hace como un año que no la pongo".
- Arreté! Antuán! Arreté! - volvió a gritar Stephane.
- Sí, hombre! Arremeta! Antuán! Arremeta! – le grité riendo dándole un chirlo en la cola al pequeño francés.
En ese momento María se metió en la carpa. Me miró unos segundos y... se puse a tranzar con Stephane.
No se si fue porque hacía mucho frío. No se si fue porque estaba en un campamento y tenía la ropa con olor a humo. No se si fue porque Juan se había despertado y me daba un poco de pena que se haya quedado afuera. No se si fue porque una orgía es divertida cuando uno es el único hombre. No se si fue otra cosa. El punto es que me di cuenta que no quería estar en la carpa con esa gente por lo cuál me levanté y me fui.
Juan estaba sentado mirando el fuego y me senté a su lado.
- Querés entrar a la carpa? – le pregunté.
- Nah…sale un olor horrible de ahí - respondió y nos quedamos mirando el fuego el silencio.
A los pocos segundos María, semidesnuda, asomó la mitad del cuerpo fuera de la carpa e indignada me preguntó
- Freddy, por qué te fuiste?
- No se
- Pensé que estabas de acuerdo con esto.
- Sí, yo también pero me equivoqué.
Me volví a sentar cerca del fuego y María me dio su peor cara de enojada. Luego se metió otra vez en la carpa. Nos quedamos ahí un rato largo mirando las brasas hasta que finalmente nos metimos en nuestra carpa solo unos minutos antes de empezar a escuchar los gritos de lujuria de María.
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